Burkina Faso



Las abuelas solares



Población

17.589.000

PIB por habitante

713 $

Acceso a la electricidad

16%




Es un taller de lo más sencillo. Sentada en la única mesa donde están dispuestos sus instrumentos, Balkissa Lompo prepara las conexiones de un panel fotovoltaico. Después de haber soldado, atornillado y fijado, se dirige hacia la casa de un vecino, uno de los nuevos beneficiarios de la energía solar en el pueblo, e instala el dispositivo. Estamos en Nagre, en el este de Burkina Faso, uno de los diez países más pobres del mundo. Y Balkissa Lompo no es un técnico en paneles solares igual a los demás. Hace cinco años, apenas conocía otra cosa que su aldea. Sin embargo, formó parte de un grupo de seis mujeres de su país seleccionadas para asistir a un formación en la India junto con mujeres del mundo entero. Todas analfabetas, como ella.

“Cuando presenté este proyecto, lo primero que hicieron fue reírse de mí”, recuerda Rosalie Congo, entonces a cargo de los programas de microfinanciación del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM). La idea era permitir a mujeres de Burkina Faso de seguir un programa del Barefoot College, una importante ONG india especializada en este tipo de cooperación Sur-Sur. Para ello hubo que superar las reticencias, no sólo de las autoridades, sino también de las aldeas. Para beneficiarse del programa, se les pidió que seleccionaran a una mujer analfabeta con una edad comprendida entre 40 y 50 años, es decir, una “abuela” en un país donde la esperanza de vida llega apenas a los 55 años. “Las aldeas finalmente se prestaron al juego, pero yo podía ver que no se lo creían realmente”, recuerda Rosalie Congo.

El regreso de las abuelas fue triunfal,
nada menos que seis ministros
les esperaron a su llegada al aeropuerto


Sentada delante de la puerta oxidada del taller construido expresamente para ella por los aldeanos, Balkissa Lompo recuerda su viaje hacia la India el 23 de septiembre 2010, o “donde los blancos”, como ella y sus compañeras decían entonces. Recuerda la ansiedad experimentada en los aeropuertos de tránsito o el asombro ante el descubrimiento de las escaleras mecánicas y finalmente la llegada a un país completamente desconocido.

“Los inicios fueron difíciles”, reconoce. “Echaba de menos a mi aldea y tenía problemas para adaptarme a la comida.” Después de tres días de descanso comenzó a estudiar, aprendiendo los nombres en inglés de las diferentes herramientas.

A partir de entonces tuvo una apretada agenda, con clases seis días a la semana en las cuales el aprendizaje se hacía mediante la observación y la imitación de gestos. Las sesiones de trabajo se sucedieron, interrumpidas a veces por momentos de celebración durante los cuales cada grupo enseñaba los bailes típicos de su país. “No podíamos comunicarnos entre nosotras porque no hablábamos el mismo idioma, pero esto no nos impedía reírnos mucho. Yo incluso llegué a olvidar mi aldea y no quería regresar”, dice Balkissa Lompo. Pero pasados seis meses, la aventura se terminó con una emotiva fiesta de despedida organizada por los empleados del centro y los vecinos.


A su regreso a Burkina Faso, la acogida fue triunfal: nada menos que seis ministros, bailarines y músicos recibieron a las abuelas. Las fiestas continuaron durante varios días en las aldeas. Pero cuando el programa parecía ser todo un un éxito, un nuevo problema surgió: los meses iban pasando y los paneles solares no llegaban. “Temíamos que las abuelas acabaran olvidando todo lo que habían aprendido”, recuerda Rosalie Congo. “Cuando los paneles llegaron siete meses más tarde, les pedí que se reunieran y que no salieran hasta que la luz brillara”. Después de tres días, la luz brilló.

Las semillas plantadas empezaron así a dar sus frutos. Las abuelas formaron a sus asistentes, y entre todos instalaron decenas de paneles solares. Unos meses más tarde, se organizó también una formación para mujeres de cuatro pueblos más para seguir difundiendo el conocimiento. En poco tiempo, la vida Balkissa Lompo, que se dedicaba básicamente a la venta de granos, nueces y karité, adquirió una nueva dimensión. “A menudo se le pide su opinión y se le invita cuando vienen forasteros”, dice un vecino.

“Lo que se pide habitualmente a mujeres de esta edad es que se dediquen al cuidado de los nietos, mientras esperan la muerte”, opina Noël Compaoré, co-responsable del programa. “Pero esta iniciativa les ofrece una nueva vida”, añade.

Más allá de estas vidas transformadas, la llegada de la energía solar revoluciona comunidades enteras. La tasa de acceso a la electricidad en Burkina Faso - 13,1%, según el Banco Mundial - es una de las más bajas del mundo. En Koéguemsin, el bar permanece abierto después de las seis de la tarde, y eso tiene un impacto positivo en la vida económica y social del pueblo. Con su panel solar, Antoinette Borogo, del pueblo de Belga, obtiene ingresos adicionales mediante el cargamento de los teléfonos móviles en su tienda y el servicio de comida por la noche. En cuanto a los niños, pueden hacer sus tareas después de la puesta del sol.

Pokpeliga Namounou (a la derecha) y su asisenta Mariam Kiongo preparan un panel fotovoltaico en la aldea de Boumoana

Antoinette Borogo, comerciante en la aldea de Belga, cuyos ingresos aumentaron tras adquirir un panel solar


Para cada panel, las familias deben pagar una cuota mensual de 5.000 francos CFA (7,50 euros) por tres años para devolver el dinero avanzado, una cantidad inferior a 7.500 francos CFA (11,25 euros), normalmente gastados en aceite para lámparas y en cargar el teléfono móvil.

Las abuelas solares se convertirán
pronto en profesoras con la creación de
un centro regional de formación


Reforzadas por este éxito, las abuelas quieren ir más lejos y planean la apertura de un centro de formación regional en el sur de Burkina Faso. El proyecto ha crecido y será gestionado finalmente de manera directa por los gobiernos de Burkina Faso y de la India. Para reforzar este singular cuerpo de profesoras tras la muerte de dos abuelas, otras siete mujeres embarcaron recientemente rumbo a la India para una formación similar de seis meses.

“De manera general, los resultados son muy satisfactorios” confía Noël Compaoré. “Hemos superado el escepticismo y demostrado que estas mujeres, pese a no haber ido nunca a la escuela, son capaces de trabajar como verdaderos ingenieros; es nuestro mayor orgullo”.





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